Cuando se está ante una persona fallecida y poco antes de darle sepultura, la pregunta que se formula nuestro pensamiento, y también nuestro corazón, especialmente de vosotros que habéis convivido con ella, es la siguiente: ¿Qué queda de Araceli?, ¿dónde está ahora?
El primer interrogante es fundamental para encontrar el hilo conductor que recorre toda nuestra vida humana. Me refiero al sentido que imprimimos a nuestra existencia y se convierte en el motor de nuestras acciones. En Arace1i ha sido claro y diáfano, fruto de la educación y de los valores sociales y cristianos que imperaban en la época, incluso vivió algunos de ellos adelantándose a su tiempo. Ella creó una familia con Juan José, con sus hijos Araceli, Juanjo y Paco. Ha visto y disfrutado a sus hijos casados, a sus nietos, incluso ha tenido la oportunidad de celebrar los cincuenta años de matrimonio en el 2002. En la constitución de la familia ha sabido lo que es ser mujer y madre; ha mantenido y defendido el amor dentro de un clima de paz y buen entendimiento, por lo que luchaba sin la más mínima estridencia, sin llamar la atención. Diríamos que lo más difícil, como es la normalidad en las relaciones, con los papeles perfectamente definidos; lo ha hecho y vivido casi sin querer, casi sin esfuerzo. Ese milagro lo hace la sencillez y la entrega sin límites, evitando situarse en el centro dominante de la vida o en erigirse en su protagonista imprescindible.
El amor que forma el matrimonio y la familia también tuvo en ella una función social. Estudió una carrera y se capacitó para la profesión farmacéutica. La ejerció y, desde ella, contribuyó a la salud. La dimensión social de nuestra vida no la cubre sólo las ganancias, sino el sentido de servicio; es el grano de arena que podemos aportar para que la sociedad sea más humana y mejor. Y este horizonte lo tuvo siempre presente Araceli, y casi hasta el final, hasta que entregó el testigo a su nieta, también Araceli. Lo reseñado son «detalles» que simbolizan un mundo mucho más rico y plural. Su marido e hijos podrían hablar sin fin de ella.
El matrimonio, la familia, el trabajo, los amigos, los deportes (pionera como mujer en el tenis murciano, o en tiro al plato, o en la vela latina) constituyen experiencias que han llenado su vida. Pero son experiencias que traslucen la dimensión amorosa de la vida. Esta dimensión amorosa es la que, a lo largo de su vida, Dios va apuntando y recogiendo para dibujar su auténtica silueta, su verdadera personalidad. Sin saberlo ella, como tampoco nosotros, Dios, que es Amor, reconstruye cada vida, rehace a cada uno de nosotros, conforme vivimos, conforme servimos, conforme amamos. Porque Dios sólo ve y comprende el amor porque Dios sólo se identifica con la bondad; porque Dios sólo salva lo que de Él hayamos vivido y servido a los demás, aunque no seamos consciente de ello. A estas alturas podemos responder mejor a la pregunta: ¿Quién es Araceli ahora?
Araceli es ahora exclusivamente el amor que ha experimentado, la bondad que ha compartido, el servicio que ha prestado, porque esta cualidad de ser es lo divino que abriga cada alma humana, el alma de Araceli. Los defectos, los males, desaparecen y se corrompen en el sepulcro. La belleza vuela hacia Dios.
El paso de los años, la acumulación del tiempo en nuestra existencia deja entrever este sentido de la eternidad. Juan José lo escribió de los dos para sus bodas de oro:
«Las cosas van sucediendo
Cuando menos las esperas
y el tiempo va transcurriendo
En alocada carrera»
«Envejecer en pareja
Es sentirse acompañado
Y aceptar sin una queja
El futuro y el pasado»
«Estamos bien preparados
Con vistas al horizonte
Para embarcar hermanados
En la barca de Caronte»
La segunda pregunta: ¿dónde está Araceli? viene al hilo de lo dicho hasta ahora. El diseño amoroso de la existencia de Araceli le ha hecho identificarse con Dios Amor y Bondad. Araceli, pues, está con Dios, es decir, está en la gloria divina. No pensemos en espacios, en tiempos; está en la «gloria» que es «felicidad eterna». No sabemos la «forma» de la vida feliz. En esta tierra y según los esquemas y valores que nos enseñan de pequeños, la felicidad entraña mil variantes según edades, capacidades personales, condiciones o estados de vida, contextos sociales, ete. Feliz es un niño con un juguete anunciado en TV, o un beso cuando se descubre al otro como relación de amor, o cuando se da a luz un hijo, o cuando se consigue un trabajo que corresponde a nuestras capacidades y ofrece la autonomía económica, o se alcanza un premio por un esfuerzo físico, psíquico, intelectual; felicidad es reconocimiento y respuesta a nuestros valores de otra personal de la sociedad, de Dios. La felicidad para Araceli no fue la misma que para una ranchera de Texas, o una africana que busca agua y pan para su hijo moribundo y los encuentra.
Repito, en la gloria divina no sabemos la forma del amor pleno, de la felicidad. Pero sí sabemos en qué consiste. Si la felicidad abarca las dimensiones fundamentales de la persona humana desde la perspectiva del amor pleno, las afirmaciones sobre éste deben recorrer este camino.
En primer lugar, ser feliz es mantener una relación armónica con la naturaleza. Entendemos por naturaleza nuestro cuerpo físico, nuestro «habitat», todo lo que concierne a la creación divina que atañe a la realidad física. Araceli debe vivir en un mundo donde su cuerpo se ha vuelto corporeidad, es decir, aquella parte de su vida visible que forma parte esencial de su ser persona. Y en un contexto vital con el que se pueda identificar. La Creación, hecha por Dios, no es mala, no se huye de ella, no se niega radicalmente. Lo que no sabemos es la forma redimida, salvada de la Creación. Lo que sabemos es que Araceli no ha perdido ni su dimensión esencial física ni su contexto vital según la dimensión divina. Ya no necesita medicinas para aliviar el dolor, ni servir fármacos para debilitar el ajeno.
Además, sabe quién es ella, cual es su auténtica personalidad, en qué consiste su «yo» personal e intransferible, su conciencia única e irrepetible que no puede ni confundirse con nadie, ni diluirse en otra realidad mayor. Ha encontrado el proyecto que Dios hizo para ella cuando la concibieron sus padres.
En segundo lugar, ser feliz es desarrollar y mantener relaciones de amor con los demás. Araceli lo ha experimentado con Juan José, con sus hijos, con sus nietos, con sus amigos y amigas, etc.
«Tres hijos como tres soles
Son fruto de nuestra unión
El regalo más valioso
Que nos ha mandado Dios»
«Sobre el yerno y las dos nueras
Poco podemos decir
Ellos son tres hijos más
Sin distinción ni matiz»
«Encontraron sus parejas
En el amor y el respeto
Y contribuyen sin quejas
Añadiendo nueve nietos»
La relación de amor, que pone a disposición del otro lo mejor de uno mismo y se percibe del otro lo mejor de su existencia, va creciendo o depurándose a lo largo de la historia. Los mil colores del amor se observan con plenitud, a medias, o simplemente se entrevén con otros aspectos que diluyen su colorido. Ahora Araceli experimenta el amor sin caretas, sin menguas, sin impedimentos que puedan reducir su potencia y vigor. Aunque aún le falta en su alrededor a Juan José, a sus hijos y nietos, a sus amigas y amigos que aún están con nosotros. Porque la relación de amor no es un acto, es una historia.
Por el último, ser feliz es encontrar definitivamente a Dios según la capacidad de amor que hayamos desarrollado en nuestra vida. Araceli disfruta de la Bondad sin límites con la bondad personal que posee. Ya no se le esconde Dios, ni le guarda silencio, ni desaparece ante sus ojos, como tantas veces sucede en nuestra vida. Dios, en su gloria, no es una realidad ausente, sino presencia continuada que garantiza nuestras relaciones de amor y el disfrute sin fin que el amor origina.
Por todo ello debemos dar gracias. No lo olvidemos nunca. Ella ha sido afortunada en sus cualidades, en su familia. Por ello damos gracias, y reafirmamos esta actitud porque ha sabido responder a la herencia de sus padres, a los dones que recibió de Dios, a los retos que le planteó la historia humana y social de el tiempo que le ha tocado vivir. Vosotros hijos y nietos sois testigos de ello y herederos. Continuad este estilo de vida y los valores que entrañan.
Francisco Martínez Fresneda
Franciscano
Murcia, Abril 2005
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